Jun 20, 2017
El ritmo de vida actual ha hecho que perdamos el contacto con lo más preciado que tenemos, nuestra esencia. Las prisas, el trabajo, los problemas familiares hacen que incluso la persona más consciente este descentrada. Los pensamientos crean una realidad propia basada en interpretaciones y juicios que hacen que nuestras emociones y sentimientos se interpreten conforme a ella. Nuestras actuaciones, por tanto, están guiadas por esa falsa visión que ha creado nuestra mente de una realidad que apenas somos capaces de percibir. Nuestro verdadero ser es pleno, libre, poderoso y espontaneo. Recuperar la naturalidad, la fluidez, la autenticidad es posible.
Cuando nacemos somos dependientes de nuestros padres, pero también estamos conectados totalmente con nuestra esencia, es muy difícil mirar a un recién nacido y no sentir que emana algo especial. El conflicto surge a medida que vamos creciendo y aparecen las primeras normas sobre cómo debemos ser, la educación. La espontaneidad del niño se pierde y comienza a seguir los patrones impuestos primero en casa y más tarde en el colegio sobre lo que está bien y lo que está mal. Se nos premia cuando hacemos las cosas según los modelos establecidos y se nos castiga cuando no llegamos a los mínimos requeridos por la sociedad, de forma que no se potencia nuestro talento, sino que se refuerzan aquellas cosas que no hacemos como los demás. Perdemos nuestra individualidad a favor de la pertenencia a la sociedad.
Ahí comienzan las etiquetas, el gamberro, el gracioso, el miedoso, el tranquilo, el bueno, el solitario… Es entonces cuando comenzamos a identificarnos con quien nos han hecho creer que somos y comienza la confusión porque el niño comienza a vivir como si fuera esa etiqueta que no es ni un atisbo de la realidad. Nuestros actos se dirigen ahora a lograr esa idea de perfección que nos han vendido y proyectamos nuestro ideal en ella. “Yo debo ser así para ser feliz”. El futuro se convierte en nuestro aliado para alcanzar la “perfección” y vivir plenamente porque cuando alcancemos esto o lo otro lograremos ser felices, y como consecuencia nos olvidamos del único momento en el que podemos serlo: ahora. El presente es, en verdad, el único momento, el futuro no es más que una proyección mental para alejarnos de la realidad.
Esto no significa que la mente sea mala y nos quiera hacer daño, la mente es fundamental para nosotros porque nos permite crear. La identificación con ella, con nuestros pensamientos, es lo que hace que no funcione correctamente, cuando la dejamos fluir de manera natural, sin sobrecargarla es capaz de lograr auténticos prodigios.
¿Qué somos, si no somos nuestra mente? Somos potencialidad, de energía, de afectividad y de visión. Para sacar al exterior todo ese potencial oculto existen cuatro herramientas básicas: la actitud positiva, la aceptación, la meditación y la reeducación.
La actitud positiva, no es dejar pasar la vida diciendo está todo bien, no pasa nada, esto no me afecta. Es un ejercicio de responsabilidad, de ser conscientes que somos nosotros los que construimos realidad y requiere un trabajo por nuestra parte. Para desarrollar el potencial de energía debemos estar activos y dinamizar todas nuestras acciones, convertirnos en luchadores. Para incrementar la afectividad tenemos que darnos cuenta de que no existen situaciones especiales para amar separadas por espacios yermos en los que ser fríos y distantes, siempre se puede mostrar amor a los demás y a las circunstancias que nos rodean. La visión se amplía viendo, mirando más allá de lo que nos dice nuestra mente, estando despierto, observante, atento a lo que nos rodea y saliendo del círculo de pensamientos en los que anda perdida la mente.
En ocasiones es tremendamente complicado tener una actitud positiva porque las situaciones vitales son difíciles o dolorosas. En estos momentos no vemos sumidos en la negatividad y atrapados por los pensamientos, para salir de ahí existe una herramienta muy poderosa, la aceptación. Nuestra mente tiene sus propias estrategias para lidiar con lo que no le gusta: la compensación, buscar un placer igual o mayor que el dolor; la protesta, bien sea en forma de queja, culpa o rebelión; y la racionalización, tratar de apagar el dolor sin experimentarlo. Para que se produzca una aceptación verdadera de la realidad hay que distinguir cual es el hecho que nos perturba, sentir donde nos produce el dolor y abrazar el dolor como algo propio, hasta que poco a poco se vaya disipando.
La meditación o centramiento es la base para sentir y conectar con uno mismo. Y la reeducación, no es más que contactar con nuestro niño interior y hacerle saber que vale por lo que es, que es fuerza, amor y sabiduría. Esto se puede hacer justo antes de irse a dormir dirigiéndonos a una foto de cuando éramos niños y transmitiéndole el mensaje más honesto claro y conciso que podamos.
El uso de estas cuatro herramientas habitualmente, facilita el contacto con la esencia que se oculta en nuestro interior y con todo el potencial de energía, amor y sabiduría que posee.
Por Jorge García
Fuentes:
- Libro: Vivir sin pensar, vivir en plenitud. Antonio Jorge Larruy. Ed. Cuadrilátero de Libros 2014
- Espacio interior
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